viernes, 2 de marzo de 2012

Mal de muchas...


Según relevantes estudios neurocientíficos, las hormigas y las neuronas, a pesar de las obvias diferencias físicas, tienen una complejidad similar en el sentido de que la inteligencia que emerge del grupo es mucho mayor que la de los componentes individuales. Para encontrar un hormiguero entre varios posibles, la decisión sobre el lugar óptimo se toma cuando un cierto número de hormigas está de acuerdo. Somos democráticas por naturaleza. Casi sin pensar.
Según mis noticias, al menos una parte de la humanidad ha tardado milenios en llegar a plantear algo parecido. Millones de personas siguen siendo esclavas, están sometidas a regímenes autocráticos, sobreviven sin considerar que de alguna manera puedan tener algún control sobre su propia vida, ... sin embargo, algunos de esos inmensos hormigueros rompeplanetas que pueblan el mundo han llegado a algo remotamente parecido a nuestra búsqueda intuitiva del bien común. Para que no existan posibilidades de olvido han escrito muchas leyes. Son muchas y un cerebro de hormiga no puede llegar a mucho más que recordar que algunas tienen que ver con los derechos humanos fundamentales: libertad, igualdad y fraternidad. Para expresarlos forjan constituciones y redactan leyes, para garantizarlos, dicen, establecen sistemas muy complicados en el que los seres humanos, en vez de decidir directamente, según su propia exploración de la realidad, qué hormiguero es el mejor para la mayoría, deciden en cambio qué grupito de hormigas es el que decide cuál es el hormiguero en el que va a vivir la mayoría. Y ¡hay que joderse! en los seres humanos no sólo la inteligencia colectiva es precaria, también la inteligencia individual deja mucho que desear. La mayoría deja en manos de la minoría la toma de decisiones y la minoría incompetente toma las decisiones más perjudiciales para la mayoría. No me extraña que se estén cargando el hormiguero humano y el planeta ya que estamos. Son un poco torpes, pobres. Muchas neuronas en una gran cabeza y poca inteligencia colectiva.
Años y años hablando de derechos y apenas unos días para perderlos. La generación joven de los 80 fumaba en clase, se liaba porros en los bares, bebía litronas en la calle y a plena luz, la generación joven de estos últimos años ha perdido lo anterior en aras de un supuesto bien común de mayor salud y bienestar. Hasta hace unos años podían plantearse presentarse a oposiciones, buscar un trabajo remunerado, promocionar en el empleo, solicitar permiso de residencia si venías de hormiguero ajeno, acceder a una vivienda o denunciar con posibilidades de indemnización un despido improcedente. Por lo que he llegado a vislumbrar además, en poco tiempo no podrán enfermar sin riesgo de perder el empleo además de la salud, no tendrán ni remotamente posibilidades de encontrar un trabajo estable, tendrán sumamente complicado encontrar, incluso, un medio digno de ganarse la vida.
Por el momento parece que aún pueden mantener y formalizar relaciones de pareja independientemente de la orientación sexual, hablar de igualdad, interrumpir un embarazo no deseado, manifestarse previa autorización y acogerse con dificultad al derecho de asilo político. Por el momento. Lo que antes fueron leyes, posibilidades y puertas que se abrían a la libertad y el bienestar de la mayoría hoy son pasado. La libertad se tambalea, la igualdad se desmorona antes de echar a andar y de la solidaridad mejor hablar en capítulo aparte, que lo merece. Lo único que parece tener en común el mundo humano con el formícido es que la aristocracia posee menos neuronas que el resto, ya que sólo se necesitan las reinas para poner huevos -claro que, en nuestro caso, los huevos son imprescindibles-.